De tanto en tanto sumerjo esta
piel en tu barro místico,
tornasolado quebrando el musgo
donde hubo fuste.
Hembra pujante, muslos en armas,
guiso apurado, ruido de fábrica.
Te paso lista como inventario,
plaga de afectos, lluvia de abrazos.
Dejás el llanto para el final,
para el lamento del solitario
o Carmencita empacando triste
con el rencor y la voz modulando.
Tedio de viejos, rueda de machos,
albur de impostores,
números, fijas, cocinas llenas de
humos guapos,
cerca de Pepe y el crudo fiambre,
olés muerte joven sangrando,
volcán que apresura la historia.
Diploma de vida, exceso de calle,
invasión de poesía,
ni rastros del mal o del tinto
volcado en la gris confesión que
atesora el estaño.
Te cambio blasfemias de puro
pesado por versos, conjuros
y amarras.
Vecino te quiero, pulsión que
resiste acodado en la noble
mesita, brindando por viejos
amigos, estrellitas que solo
alumbran en el recuerdo.
